Las familias nunca estamos preparadas para que nuestro hijo, marido, esposa, padre o hermano sufra un DCA. El impacto de los primeros momentos es demoledor, pero aún más es el proceso en el que se ven inmersos los familiares hasta que, finalmente, llegan a comprender y aceptar qué es lo que realmente ha sucedido.
En la mayoría de los casos, se debe empezar atendiendo y respondiendo a las necesidades y conductas de nuestro afectado, siendo lo más difícil y doloroso conseguir su reintegración en la vida familiar y social. Debemos pensar que todos nuestros esfuerzos merecen la pena, son importantes y van a ayudar a nuestro familiar.
Aquellos que tenemos suerte, después de mucho andar, podemos encontrarnos en el camino con algunas de nuestras asociaciones. Llegamos a ellas cansados, desorientados y, a veces, cargados de desánimo. Eso sí, siempre dispuestos a luchar. Eso es lo más importante, no dejar nunca de luchar.
Es muy cruel que, tan solo en cuestión de segundos, pases a no reconocer a esa persona que desde hace años tienes a tu lado. Con el tiempo, y con mucha ayuda, mirando a la vida de frente, empezamos poco a poco a conocer a esa nueva persona en la que se ha convertido nuestro familiar. Dejamos la pena aparcada a un lado y empezamos a mantener contacto con nuestra asociación, esa que pronto se convertirá en nuestra segunda casa. Cada uno de los profesionales, junto con el resto de familiares y afectados, pasará a formar parte de nuestra familia, aun cuando nuestra verdadera familia, en ocasiones, llega a dejarnos de lado.
Pero, lejos de ver lo que perdemos, empezamos a ver lo que ganamos: un equipo que trabaja con nosotros codo con codo; los primeros pasos de nuestro familiar, si hubiese perdido la movilidad; las primeras palabras, si hubiera perdido el habla; los primeros gestos de alegría; el primer abrazo… todo se convierte en algo nuevo y en motivo de celebración para nosotros. Al fin y al cabo, somos nosotros los que nos damos cuenta de la realidad, más que ellos mismos, dado que muchos de ellos no son conscientes de su estado.
Nuestras expectativas se van cumpliendo: vuelve la ilusión; te vas acostumbrando a vivir de otra manera; le das más importancia a las pequeñas cosas de la vida; y, sobre todo, te vas haciendo cada día más fuerte. Es muy difícil negar la evidencia pero, después de tanta lucha, te das cuenta que, aunque se cierran muchas puertas, otras nuevas se abren. Diferentes, pero puertas de salida y entrada, al fin y al cabo.
Por eso, nunca se debe tirar la toalla. Siempre hay que mirar hacia adelante y, sobre todo, asomarnos a esa ventana que aparece de vez en cuando y respirar el aire que, a veces, tanta falta nos hace. Es importante unir fuerzas y estar juntos ante la lucha para que se reconozcan los derechos de los afectados por DCA. Seamos de donde seamos y vengamos de donde vengamos, todos somos iguales ante el DCA.
Ana María Pérez Vargas
Presidenta de Adacca