Alguna vez nos hemos planteado cómo nos sentiríamos si, por un momento, nuestra vida careciese de palabras.
Vemos personas, animales, objetos… sabemos qué son, pero de nuestra mente se ha borrado su nombre. Quizá no seamos capaces siquiera de contestar «sí» o «no» a lo que se nos pregunta. Así se siente una persona afásica. Hasta el momento del daño cerebral, su lenguaje era fluido: podía mantener una conversación, ir a comprar y pedir aquello que quería o necesitaba. Ahora ya no. De ahí surgen muchas veces su tristeza, su rabia y su malhumor. Sabe lo que quiere decir, pero no encuentra la palabra para ello.
El trabajo de los logopedas es ese, volver a dotar de nombre las imágenes que ven o tienen en su mente las personas con daño cerebral adquirido.
Pero este trabajo no nos corresponde solo a nosotros. La familia también puede y debe colaborar ya que el hogar es el lugar donde es más importante la comunicación para los pacientes. No es tarea fácil, pero si todos ponemos empeño llegaremos a conseguir que mejore la comunicación.
Algunas pistas sencillas que podemos utilizar en casa para ayudar a nuestro familiar a recuperar en mayor o menor medida la capacidad perdida del lenguaje pueden ser las siguientes:
En primer lugar, debemos procurar mantenernos siempre dentro de su campo de visión cuando nos dirijamos a él o ella. Algunas veces, el percibir el movimiento de los labios al hablarle le ayuda a comprender qué le estamos diciendo. También ayuda un ambiente de silencio y tranquilidad, sin elementos de distracción. Es conveniente hablarle despacio, con frases cortas, utilizando un vocabulario sencillo y un tono de voz adecuado (no ha perdido la audición, ha perdido la comprensión, por lo que gritarle no es lo más aconsejable). Hay que evitar utilizar un lenguaje infantil: sigue siendo la misma persona adulta de antes del daño cerebral, aunque su capacidad de comunicación sea la de un niño pequeño. Cuando le hablemos debemos asegurarnos de que ha comprendido lo que le hemos dicho. Si le realizamos alguna pregunta, procuremos que la respuesta sea simplemente sí o no. Otra cosa puede ser demasiado complicada.
Es importante animarle a que se comunique. Si no es capaz de hacerlo oralmente, que lo haga de manera gestual, dibujando… La paciencia es fundamental en estos momentos. Necesitan su tiempo para hacerlo. No debemos atosigarles ni hablar por ellos. En algunos casos, se puede utilizar un sistema de comunicación alternativo (pictogramas, comunicadores con imágenes o sonidos…). Si así se decide, es fundamental que lo utilice en todos los contextos. Debemos mantener un tema de conversación y no ir saltando de un tema a otro ya que no son capaces de seguir nuestro ritmo.

Por supuesto, no hay que obligarles a hablar si no quieren hacerlo. Si mientras habla no es capaz de encontrar la palabra, no insistamos; si sabemos lo que quiere decir, a veces, basta con iniciar la palabra o definirla para ayudarle a encontrarla. Si aún así no es posible, no le forcemos. En otra ocasión será.
Si está conservada la lectura, aunque no sea en voz alta, podemos ayudarle colocando carteles con los nombres de las personas y objetos que forman parte de su vida cotidiana. Eso puede ayudarle a aprender de nuevo.
Por último, no olvidemos que, aunque tienen dificultades para comunicarse, pueden comprender lo que decimos. Por tanto, no hablemos de ellos en su presencia como si no estuvieran o no nos entendieran.
Para concluir, decir que, aunque el trabajo es duro y el esfuerzo es grande, merece la pena. Los resultados llegarán con el tiempo. Animémosles a que continúen y valoremos sus pequeños adelantos porque son grandes pasos para ellos.
Regli Manzano
Logopeda. Adacca